La voz del pueblo Nasa resuena desde la Amazonía colombiana.
20/09/2017 Día D +293
Vereda
Resguardo Kiwnas Cxhab
Municipio
Puerto Asís
Departamento
Putumayo
Antes de partir Juan Tama, el hijo del Trueno, le entregó todo su conocimiento a los mayores y los instruyó para traspasar esa sabiduría al linaje del pueblo Nasa. De eso, hace mucho tiempo ya. Desde entonces, el sonido del Trueno se ha oído retumbando en la cordillera y entre los frailejones que cuidan el páramo como enormes soldados. Un día, el Trueno vino a dar a la Amazonía en el margen del caudaloso río Putumayo, muy al sur de aquella laguna sagrada que parió a la leyenda. El Trueno resuena con fuerza y aún cuando lo escuchan todos en la comunidad, lo que su voz dice sólo lo entiende Misael, el Thê´ Wala, palabra en nasayuwe que traduce al español algo así como: Gran Hombre.
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Ya ha caído la noche en el cabildo y frente al fuego que trepida en la maloca, el Thê´ Wala masca las hojas de Esh, como le llaman en lengua nasayuwe a la hoja de coca, la hoja sagrada que desde hace milenios acompaña a los pueblos de Los Andes y la Amazonía.
Cuando todos los que deben estar, están ya reunidos, empieza el ritual. Antes de llevarse un nuevo puñado de hojas tostadas a la boca, el Thê´ Wala las “voltea”, lo que quiere decir que con las hojas en su mano hace un giro alrededor de su propio cuerpo empezando por el pie derecho, luego asciende hasta su hombro, pasa por la coronilla y baja por el costado izquierdo hasta dar con el pie de ese lado, entonces sí pone las hojas en su boca, da unas mascadas y va acumulándolas en el interior de su mejilla que se ve como si tuviera una bola de golf adentro. Ahora sus manos, de movimientos decididos, giran su poporo * sobre la hendidura que se forma entre la base de su dedo pulgar e índice; cae el mambe, la cal de piedra que irá directamente a la bola de coca. Él Thê´ Wala da mascadas lentas y acompasadas. Mientras se mueve entre los asistentes, va extendiendo frente a ellos la coca para que cada uno repita sus movimientos: reciben las hojas en la mano izquierda y las “voltean” haciendo que viajen desde el lado derecho al izquierdo de sus propios cuerpos, antes de ponerla en la boca.
Todo está sumido en el silencio, así debe ser –dice alguien– para poder percibir las señas. Dentro de las bocas el mambe se derrama sobre las hojas, el mazacote se torna ligeramente dulce y hay quien siente una herida en la cara interior de la comisura de los labios. Como destellos alcanzan a verse los rasgos fragmentados de los asistentes; los cuerpos se intuyen cuando un haz de luz de las farolas lejanas rebota sobre una nariz roma, la línea curva de un hombro, o una mano cargada de coca como suspendida en el aire.
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En la penumbra, los asistentes al ritual continúan mascando las hojas amargas y como untadas en humo. A la bola jugosa que hincha la mejilla, se le van agregando las hierbas, flores y semillas que provienen de la laguna sagrada, muy lejos de allí, salen de la jigra tomadas delicadamente entre dos dedos y van a ponerse sobre las manos izquierdas de todos. Las “voltean” y a la boca. Explosión de sabores, aromas que suben de la boca a la nariz, halos de algo denso pero leve que va subiéndose a la cabeza y bajando a la panza disuelto en la saliva cargada y espesa. Los rojos intensos y titilantes de las puntas de los cigarrillos se mueven en silencio, de arriba a abajo, creciendo en una torrecita de ceniza que casi todos se ocupan de no dejar caer
Tras tirar un poco al suelo, un chorro tibio y corrosivo de aguardiente cae sobre la bola de coca y hierbas, inunda la boca y luego, lentamente, con el mover quedado de la mandíbula, va fundiéndose en la bola que se hace maleable y móvil en la mejilla.
El Thê´ Wala relata fragmentos de historias en una lengua que mezcla el español y el nasayuwe, historias pastosas y susurradas entre dientes manchados de verde. Habla del viejo que vino a verlo en sueños: el padre Trueno. Menciona las señas, dice que con “la coquita” y la ayuda de los demás puede ver si los otros, los forasteros, están enfermos, si se salvarán; puede ver si mienten o si, por el contrario, traen buenas intenciones. Cada tanto hay que salir al descampado, recibir la chonta * y la jigra, voltearlas y escupir con fuerza, hacia “la casa de más arriba”. Es que en el universo Nasa hay cuatro casas, cuatro “yat”. Está la casa de muy arriba donde habitan los seres supremos; la casa de los espí- ritus; la casa nuestra, donde hay territorios salvajes morada de seres espirituales y de poder y territorios mansos donde vive y cultiva la gente nasa. Una última casa está debajo de nuestra tierra, su puerta de acceso son las cuevas y depresiones.
A la casa nuestra, a la de los Nasa y otros pueblos indígenas del Putumayo, llegaron primero los caucheros, los comercializadores de madera y pieles, los que venían y siguen viniendo tras el petróleo. A las tierras que vieron convertirse en hombre a Misael, un día fueron arribando muchas semillas coloradas de coca y con la coca llegó la gente.
Con los negocios llegaron los violentos, gente armada vestida con las insignias de todos las tropas: unos con las banderas del ejército colombiano, otros con el mapa blanco de Colombia atravesado con dos fusiles, la marca de las FARC. Llegaron los Masetos (MAS muerte a los secuestradores) a acabar con todo lo que oliera a izquierda y luego llegaron los que portaban las siglas de los paramilitares: ACCU (Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá) BCB (Bloque Central Bolívar).
Con lo que dejaba la coca que los compradores se llevaban a los laboratorios para convertirla en cocaína, algunos como Misael, incluso, lograron comprar unas pocas vaquitas, pero las vaquitas y el dinero se escaparon entre las manos de la mayoría de los que se dedicaron a sembrar y la violencia no dejaba de acecharlos a lado y lado del río.
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El círculo que forman los asistentes al ritual ahora está envuelto en la neblina espesa que emana de los tabacos. Se intuyen cuerpos aletargados y como sumidos en un duermevela pesado y denso, pero en verdad, dice el Thê´ Wala, las plantas sagradas, tras cada mascada, los han hecho a todos más agudos, ahora es probable que perciban las señas.
El Thê´ Wala, acompañado siempre de un ayudante enmudecido, toma en su mano izquierda la jigra y la chonta y con la mano derecha se ayuda a guiar la izquierda para “voltearla” sobre el cuerpo de cada uno de los asistentes: pie derecho, pierna, hombro, cabeza, hombro, pierna, pie izquierdo. Al terminar de voltear, acerca su boca a la coronilla de aquel y luego con fuerza da un soplido largo a la izquierda, como quien chupa de un contenedor y luego expulsa lo absorbido. Las cuatro casas del universo Nasa, como cuatro malocas unas sobre otras están conectadas también horizontalmente, un lado derecho y otro izquierdo, y en medio: el equilibrio, la armonía. Al lado izquierdo está el sol, el Páramo, lo salvaje, los antiguos, el padre Trueno, las plantas sagradas, las señas buenas. Al lado derecho está la luna, las plantas frías, la seña no buena. Ahora el Thê´ Wala pasa frente a cada uno de los asistentes, se escucha un murmullo ininteligible: uno señala la punta de su pie izquierdo, otro su talón, aquel indica el empeine, otro indica la punta del derecho, un dedo del izquierdo, el de allá señala su hombro izquierdo. El Thê´ Wala se acerca mucho a los que enseñan lugares sobre su propio cuerpo, los escucha con atención, sabe que ellos han percibido las señas, aunque es él quien puede interpretarlas. Todo está bien, los forasteros no mienten, pero hace falta trabajar más. Vendrá más coca, mambe sobre las hojas, hierbas de la laguna, más tabaco, aguardiente, voltear, voltear, mascar, voltear, mascar, mascar, escupir hasta que la energía se armonice y fluya la palabra.
En marzo del 2000, los ciento veinte cabildos indígenas de los doce grupos étnicos del Putumayo, construyeron y presentaron al gobierno lo que se llamó Iniciativa Indígena Raíz por Raíz. En ese plan las comunidades se comprometían a erradicar, con sus propias manos, los cultivos de coca declarados ilícitos y a reemplazarlos por cultivos que garantizaran su seguridad alimentaria y que fortalecieran su organización social y la pervivencia de sus costumbres, esto como resultado de años de trabajo de las comunidades, de lluvias de fumigaciones y de soldados erradicando, a la fuerza, el arbusto que ya no era Esh, sino la materia prima del clorhidrato de cocaína.
Según recuerda Misael, fue en la maloca, frente al padre fuego y con la bola de coca en la mejilla, pensando y pensando, mascando y mascando, y oyendo la voz del padre Trueno, como dieron con la certeza de tener que cambiar el rumbo.
Hombres y mujeres de los pueblos indígenas empezaron a arrancar sus arbustos de coca y en su lugar a sembrar, una vez más, comida. Volvieron las vacas, el maíz, la yuca, la caña, el chontaduro; regresó el plátano, el arroz, el borojó, el aguacate, el zapote y la papaya. Volvieron también las plantas sagradas: el yagé, la sábila, la mata de ratón, la yerbabuena. Pero, como años antes, pronto volvieron también las avionetas que dejaban a su paso estelas de veneno. El glifosato cayó de nuevo sobre la selva, sobre los cultivos de pancoger y las plantas medicinales, sobre los peces y las vacas. Y cuando el veneno cae, los animales de la selva huyen al ver sus bosques y aguas contaminadas.
La gente de repente se quedó sin sustento; muchos emigraron a otras zonas o rumbo al vecino Ecuador. Caseríos abandonados, gente intoxicada, sitios sagrados y casas ceremoniales envenenadas.
El resguardo de Misael, a pesar del veneno que llovió, cumplió su promesa y en las huertas –los tul como le llaman en nasayuwe– sigue creciendo la coca que llaman Caucana o pajarita , la original– dicen ellos– pero sólo esa que se junta para ser tostada en enormes pailas en la cocina comunitaria del cabildo para que masque la comunidad, las autoridades, la guardia Indígena y el Thê´ Wala. Coca sagrada para que en las luchas, que no dejan de librarse por el territorio, los hombres y mujeres piensen con claridad y caminen con fuerza; para que el Thê´ Wala armonice el territorio y sus gentes, que es lo mismo; para hablar con el padre Trueno, para que la fuerza de los antiguos caciques y mayores descienda sobre la comunidad.
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Del tul viene Esh, que en el ritual se junta con el aguardiente –antes la chicha de maíz, o el guarapo de caña– y el tabaco que en tiempos antiguos se conseguía por medio del trueque con otras comunidades. Del espacio salvaje y sagrado vienen las plantas medicinales y la cal de piedra. El Thê´ Wala, por medio de su estudio y el oficio de los rituales, dicen los Nasa, se mueve entre las cuatro casas, las visita y recorre de derecha a izquierda como el río que limpia y purifica.