Equilibrio en el mundo

Remedio y enfermedad en territorio de los indígenas Nasa

24/11/2017 Día D +358

Pueblo Nuevo

Municipio

Caldono

Departamento

Cauca

I

 

La vez que perdí el cerebro

La tierra sobre la que vive la gente Nasa y los animales, donde están las piedras y los ojos de agua, es la casa grande. Bajo esta casa y encima de ella hay más seres morando. Según cuentan los indígenas, hay seres cuya existencia, la mayoría de nosotros no llegamos si quiera a intuir. La vida para el pueblo Nasa consiste en mantener la armonía, el equilibrio entre todos esos elementos que componen el cosmos y que en manos de los mayores –los ancianos portadores de la sabidura– se dibuja con claridad como una línea que termina en dos espirales, atravesadas por múltiples líneas horizontales y verticales que forman una red. Es el cosmos visto y vivido desde el ojo y el corazón del pueblo Nasa. Cuando ese equilibrio se resquebraja por cualquier rincón, deviene lo que llamaríamos enfermedad: los individuos enferman, las comunidades enferman, la tierra enferma; los dioses se enojan.

Era jueves, día de mercado en el resguardo *, la mayoría estaba en la plaza del pueblo, comprando, vendiendo, cargando, y descargando. Él no. Habían trabajado en el trapiche el día anterior y tenían una canoa de guarapo ya lista. Pero aún quedaban unas cuarenta cañas de azúcar, así que se fue a terminar la molienda. Lo acompañó su sobrino y cuatro peones que le ayudaban en la tarea. El caballo caminaba en círculos arrastrando el tonto: un poste de madera duro y pesado que hace girar las ruedas del molino. Él iba introduciendo los tallos de la caña en el molino para que, a cada movimiento del caballo, los rodillos prensaran la caña extrayendo el dulce jugo con el que se fabrica la panela, y si se le deja fermentar, también se obtiene el guarapo, bebida protagonista de todos los jolgorios.

Los resguardos son una institución legal y socio política conformada por una o más comunidades indígenas con un título de propiedad colectiva conformada como territorio que rige por el fuero indígena y un sistema de justicia propio. Tras una larga lucha de las comunidades indígenas, se constituyeron legalmente en los artículos 63 y 329 de la Constitución Política de Colombia, 1991.

–En ese tiempo yo era un fiestero. Por estar queriendo acabar esas cañas fue que me pasó lo que me pasó. El pie del trapiche era un palo que tenía dos tornillos y el tonto del trapiche era como un codo, torcido. Lo primero fue que el tonto me pegó y cuando me pegó, yo vi una candela y ahí no más, ya me había perdido el sentido y me caí.

Los cuatro peones lo vieron caer y salieron huyendo. Su sobrino, sólo un niño, lo miraba atónito mientras el caballo seguía dando vueltas y la cuerda se enredaba en torno a él, inconciente y tendido en el suelo. Cuando el caballo sintió que se hacía más dificil andar, dio un paso con fuerza, halando aún más la cuerda que ya mantenía su cabeza contra el suelo y entonces, fue cuando el tornillo atravesó el hueso de su craneo.

–Por ese hueco se me salió el cerebro que hace sentir y ahí fue que yo quedé paralizado.

Hacía sólo unos pocos días habían estado mambeando *. Él recibía la coca y la volteaba haciéndola recorrer su cuerpo desde el lado derecho hacia el izquierdo para sacar “el sucio”. Esa vez, la médica tradicional, que es quien puede ver la seña que se revela durante el mambeo, pero sobretodo quien tiene el poder del Trueno y la habilidad para interpetearla, la vio, no era buena la seña de Jhon Jarvi. Se lo dijo: mala seña, algo malo va a pasar. Debía someterse al ritual de limpieza cuanto antes, pero Jhon Jarvi no lo hizo, no fue a armonizarse con el poder de las plantas sagradas.

Mambear, se refiere a la masticación ritual de la hoja sagrada de coca mezclada con el mambe, el reactivo alcalino compuesto por cal pulverizada.

Luego, llegó aquel jueves de mercado, un 28 de diciembre del 2004.

En medio de la negrura de la noche en el páramo y en la parte baja de las montaña de la cordillera, luces brillantes, como pequeñas estrellas, revolotean. Las candelillas * son como tabacos encendidos moviéndose entre el monte. Dicen que la candelilla es el mal, el anuncio del mal que viene a prevenir a la gente, para que, cuanto antes, se tome el remedio. Y según dicen, no son sólo las candelillas, también es el canto de los pájaros, la piedra con la que se tropieza, el ventarrón que da en la cara, las formas caprichosas de las nubes, son todas voces de la madre naturaleza, que habla para alertarnos.

Candelilla, luciernaga

– Las candelillas son como unas abejas, pero son los malos, y tienen las pestañas larguísimas y de noche van alumbrando, esos son los que hacen maldad a la gente. Si yo hubiera cogido esa candelilla antes del accidente, pues no me había pasado nada, pero yo no me acordé, porque yo no pensé que me iba a pasar eso.

Según dijo la médico tradicional después de aquel día del trapiche, Jhon Jarvi, tenía dos candelillas, dos males que lo seguían y a menos que se les diera caza, Jarvi estaba condenado.

Todo pasó rápido. La mirada confusa de su pequeño sobrino que observaba sin entender qué era aquello que salía de la cabeza de su tío tendido en su regazo; el anuncio en el pueblo; los hermanos corriendo a auxiliarlo; doña Rosalbina llorando a su hijo y saliendo en busca de los médicos tradicionales. Él estaba apagado, como muerto en el carro que los llevaba desde Pueblo Nuevo por los caminos de tierra rumbo a Caldono. Luego, la ambulancia rugía por la carretera panamericana que va a Popoyán. Elsa, su hermana, abrazada al conductor de la moto trataba de seguirle el paso a la ambulancia.

¡No vivirá, ya no vivirá! En unas horas les estaremos informando. Una cirugía. No ha despertado, puede que nunca despierte.

Mientras él dormía su largo sueño en el hospital, Rosalbina estuvo trabajando con los médicos tradicionales. Desde el pueblo armonizaban con la coca y el poder de los espíritus. Ponían remedio en el hospital y mambeaban noches enteras a la espera de las candelillas de Jhon Jarvi.

–Yo no sentía nada de lo que me estaban haciendo, yo era como un muerto, o sea, mi espíritu ya estaba yendo para el cielo; yo me iba gateando.
En el sueño estaba como en un potrero, yo iba así, gateando y mirando. Había una casa grandota y en un salón estaban los muertos en el ataúd. Yo miraba y miraba, me agachaba mirando a ver si eran conocidos y pues nadie eran conocidos. Ya fui entrando más y mirando y mirando, y, de pronto, sale un (toro) cebú blanco que se me vino de frente. Entonces yo corrí, y cuando logré salir afuera, ya volví, y sentí que estaba en el hospital. Ahí fue que me llegó otra vez mi sentimiento. El cebú fue el que me despertó a mí, si no fuera por ese cebú, pues yo no sé dónde estaría. Yo creo que me habría muerto, pero como no era mi día, el cebú me dejó vivo.

Tras un mes tendido en la cama del hospital, Jhon Jarvi despertó. No reconocía a nadie y de su cuerpo sólo conseguía mover el globo de sus ojos. Decían que tenía los párpados cerrados, como un chino. El lado izquierdo estaba tieso, no veía y no conseguía hablar. Volvió al pueblo con una silla de ruedas y un dolor fiel que no lo soltaba.

–Vea, me dolía toda la cabeza, hasta las muelas me dolían. Cuando subió la médica tradicional de la vereda San José de los Monos, ella me sanó el dolor, porque ella hizo el remedio con el duende y cogió una candelilla y (la) echó en el remedio y se me sanó el dolor.

Tiempo después, Jhon Jarvi fue con Don Mario, otro médico tradicional, en busca de la candelilla que aún cargaba. Los dos metidos en el río esperaron que llegara la media noche, mambearon y el médico sopló la coronilla de Jhon Jarvi con plantas sagradas. Envueltos por la neblina esperaron durante horas, pero la segunda candelilla no llegó a la cita. Empapados, volvieron a subir por la falda de la montaña rumbo al pueblo.

–Por eso es que yo ando así como torcido, son los malos que no se dejan coger fácilmente.
Yo no sé cuántos gramos serían, pero de todas maneras perdí el cerebro y quedé paralizado por el lado izquierdo, por eso lo tengo así como muerto, yo no sentía nada, no podía hablar, mejor dicho, yo era como una estatua.

Ahora Jhon Jarvi va descendiendo por el filo de la montaña, su mano izquierda recogida sobre sí misma como si atesorara algo, todo su peso está inclinado sobre la pierna izquierda que se arrastra un poco, pero avanza. Jhon Jarvi, camina halando dos bestias cargadas con la fibra extraída del fique y descienden la montaña empinada hasta dar con el río. Ya en el agua, entre las piedras redondas, la fibra parece la larguisima cabellera de alguien sumergido. Sus botas de caucho pisan la fibra para retirar el color verdoso y poco a poco el cabello se hace más blanco, y se convierte en cabuya.

–Para poder hablar y para reír era muy difícil porque cuando uno se ríe todo se mueve. Entonces no podía reír. A lo último pues ya fui abriendo más la boquita para poder reír y entonces llegaban los vecinos y hablaban en recocha * entre ellos y mí; ellos decían que me estaban haciendo la terapia y claro, sí era la terapia, porque yo hacía el esfuerzo para poder reírme. Poco a poco el cerebro como que fue aumentando, volvió lo que había perdido poco a poco y ahí fue que pude hablar y reír y ahorita ya me puedo defender, o sea, puedo recochar: si es nasayuwe, recocho; si es en castellano, también recocho.

Recocha, en Colombia se refiere coloquialmente a un momento distendido entre amigos con diversión y bromas.

Jhon Jarvi, arriba en el tendal que era de sus abuelos, deja caer la cabuya en el prado. En las cuerdas suspendidas sobre una estructura de caña, extiende la cortina de cabuya ligeramente dorada hasta quedar cubierto tras ella.

–Ahorita ya ha cambiado mucho todo, porque ya ahorita puedo medio correr y puedo hacer trabajo así normalmente. Antes no podía trabajar y eso era feo, era feísimo porque yo no podía hacer nada.

En la sala se van acumulando los atados de cabuya uno sobre otro hasta el techo. La luz de la mañana entra a chorros por la ventana y se dibujan los barrotes del marco sobre el cabello que está ya listo para ser vendido para confeccionar cuerdas y costales. Afuera, la segunda candelilla de Jhon Jarvi aún centellea temblorosa entre el monte.

II

 

Por la calle gritan ¡Bruja!

Cuando arribó a Popayán, a sus cinco o seis años, no comprendía una sola palabra del español, su lengua y sus oídos sólo conocían los sonidos del nasayuwe , el idioma de su pueblo. Ella recuerda que después de la primera semana, ya podía entender lo que se esperaba que hiciera. Tras un mes, ya sabía cocinar como le gustaba a los señores. Aunque el mesón de la cocina estaba muy arriba visto desde sus ojos de niña, con una silla conseguía la altura justa que le permitía cocinar.

 

Allá vivió, hizo su vida trabajando para los blancos, hasta que un día llegó una nota a sus manos: su sobrino, el que vivía con su mamá, se había ahorcado. Ahora la vieja quedaría sola.

–A las cinco de la tarde me avisaron, a esa hora leí el papelito. Amanecí empacando la ropa y me vine. Es que a mí no me ataja nadie. El papá de mi niño no me quería dejar. Él tenía como 45 años y yo era una culicagada con 16 años, pero yo era muy juiciosa. Ese señor me decía: usted buena mujer, más buena que mi mujer. Yo no sabía que era casado, a mí me metieron allá, entonces yo dije no, yo con un hombre casado yo no vivo. Me cogí la ropa, me empaqué y me vine.

De regreso a su comunidad, al nasayuwe * y al campo, Ana María conoció al que sería su esposo, ese con el que juraría frente a un cura que estaría en las buenas y en las malas, hasta que la muerte los separe. A Domingo no lo conoció en un baile, ni en el mercado, fue en el camino. Ella iba andando sus pasos por ahí y él se acercó, estaba perdido y echó a caminar con ella.

Nasayuwe, es la lengua de los indígenas Nasa.

–Él se me pegó, por eso cuando peleamos le digo: váyase, usted ya encontró el camino. Yo tenía 21 años, él tenía como 12 o 13 añitos, yo le hice crecer [risas] y vivimos bien, hasta estamos pagando cárcel juntos. Con Domingo tengo cuatro hijos y con el que tengo del otro (señor) son cinco.

La gente del pueblo lo fue sabiendo de a pocos. La voz empezó a correr cuando se dieron cuenta que faltaba uno de la comunidad. La guardia indígena dio inicio a la búsqueda por todo el territorio y, con los mayores y los médicos tradicionales, inció el mambeo y el trabajo espiritual para dar con el perdido. En un territorio que desde hace tanto tiempo ha visto fusiles portados por distintos bandos – Las guerrillas del M19, el Quintin Lame, las FARC; Paramilitares- que falte uno del pueblo, produce terror.

 

Cuando encontraron al comunero estaba ya muerto. Ahora había que dar con los asesinos.

Eran dos hombres y una mujer. Fueron ellos tres quienes comparecieron frente a la asamblea con todos los comuneros de Pueblo Nuevo que se reunieron para decidir si eran culpables e impartir “el remedio”, pues las faltas –delitos, desde los ojos y la jurisdicción de los no indígenas– son enfermedad, desarmonía que hay que remediar. Hubo fuete * latigando las piernas, hubo una hoguera sobre la que giraron los culpables. Hubo cepo** de donde colgaron los tres atados de los pies. Hubo una ceremonia donde las piernas de dos de ellos, la mujer y un hombre, fueron ensuciadas, manchadas con heces y tierra para quitarles el poder que el Trueno les había dado, permitiéndoles ser médicos tradicionales, portadores del poder de la naturaleza y los espíritus. Luego, la asamblea decidió la condena, serían 35 años “en calidad de guardados, en patio prestado” *** lo que quiere decir, que aun cuando la comunidad indígena, haciendo uso de su justicia propia, decidió que el remedio no era suficiente para purgar la falta grave, los culpables pagarían con cárcel, pero la comunidad no cuenta con una, así que le pidieron al Estado colombiano que acogiera a los suyos en su sistema penitenciario.

Fuete, sanción corporal típica de los nasa y embera chamí, consistente en la flagelación con un látigo de arriar ganado o con plantas medicinales, es usado simbólicamente para representar el elemento que purificara al sentenciado, el rayo.
*Cepo, forma de sanción corporal que consiste en dos maderos entre los que los tobillos del condenado son apresados dejándolo en una penosa posición sin mayor movilidad.
**Patio prestado, Desde 1999, el Consejo Regional Indígena del Cauca, (CRIC) decidió recurrir a los establecimientos carcelarios del INPEC para que comuneros indígenas, que atenta gravemente contra el equilibrio social, cumplan su sanción.

–Pues el compadre era miliciano, y yo un día sí le vi un arma así chiquito, y le dije: este ¿para qué es? Yo voy a avisar al cabildo*
–le dije. Entonces él dijo: no, si usted sapea verá que le vuelo la cabeza. Entonces a mí me dio miedo. Mi marido también dijo: no avise porque de pronto la matan y con niños pequeños yo no puedo quedar solo, ni quedarme viudo, porque ¿cómo hago?

Los Cabildos, son la autoridad política administrativa de los resguardos indigenas.

Por los territorios de los Nasa, las armas han transitado colgando de hombros con diferentes insignias. Venían con los colonos, con los terratenientes, con los guerrilleros y los paramilitares, vienen con los narcos, los policías y soldados, vienen en aviones y helicópteros. Las armas siempre han merodeado por las montañas del Cauca, pero desde hace mucho están proscritas en los resguardos indígenas, las armas y sus portadores no pueden entrar a la tierra de los indígenas Nasa tras una larga historia de violencia que inició en la conquista y, que aún no termina. Ser portador de armas es una falta, y todas las acciones derivadas de portarlas y usarlas, son faltas gravísimas, energías oscuras y pesadas que enturbian el equilibrio del mundo Nasa.

Ana María dice que el hombre que amaneció muerto era un ladrón, que entró a robar varias veces, y en una ocasión amenazó con matarla, pero donde ella pone el ojo, pone la mano, y se libró de él con su puño.

–Antes éramos carniceros, buscábamos ganado, vendíamos, íbamos muy bien, pero con el compadre y su arma, todo se fue para abajo.

Domingo y el compadre confesaron haberlo matado. De ella se dijo que con el poder de la medicina tradicional había hecho posible el homicidio. Dicen que hizo trabajo espiritual en la casa del cabildo para impedir que las autoridades se enteraran de lo que los otros dos hacían y que cargó de fuerza las armas para que cumplieran la misión a cabalidad.

–A veces por la calle gritan bruja, dicen asesina. Tienes cola. Tienes cachos. Eso lo dicen, pero muchas gentes, ni entienden, ni saben. Dicen: como lo mataron, ella es diabla. A mí no me importa nada, (el) único que puede decir la verdad, es el de arriba.

Lo que vino después fue la cárcel en Popayán.

–En la carcel, (estábamos) revueltos, habían paracos, había guerrilleros, habían marihuaneros, habían de todo. Ahí por medio tocaba vivir, pero si tiene buena convivencia a uno no le pasa nada, si tiene mala convivencia, pues pelean y lo chuzan. Pero uno encuentra buenas amigas, buenas amistades. A mí me querían (todos) hasta la guardia, porque yo hacía de todo, me mandaban a traer tinto, me mandaban a traer libros, yo hacía todo lo que ellos quieran.

Mientras ella estaba en la cárcel de mujeres, Domingo y el compadre estaban en la de hombres, cada uno pagando su pena.

–Un día especial, me lo llevaron, “día de los casados” dicen, pero yo no sé qué significará, yo no entiendo. Ese día me llevaron esposado a Domingo. Otras veces íbamos todas mujeres en una camioneta, hay veces ibamos en un bus, pero es muy jarto la entrada, eso requisan y uno no puede tener ni aretes, ni anillos, ni brasier porque pita, no, eso es muy jarto. Pero él se enojaba cuando uno no iba, decía: usted ¿por qué no quiere a marido? Entonces tocaba ir. Yo a veces me arrepentía por ir, hay veces me daba rabia porque por él es que estoy en cárcel.

Ana María recuerda que con ayuda consiguió enviar algunas cartas, al cabildo de su resguardo, a autoridades del Cauca, al presidente Santos. Pedía que la sacaran de la cárcel, que al menos la hicieran pagar la pena lejos de ese lugar, con los suyos.

–Sacaron a mí. Y a marido, y a compadre. Yo dije: sáqueme a mí no más y no me quisieron sacar sola, sino a todos tres. En la cárcel seis años estuve, me faltaban cuatro mesecitos no más para cumplir los seis.

Tras esos años en la cárcel, el cabildo decidió traerlos de vuelta. Mucho se han preguntado las comunidades indígenas sobre lo que pasa con sus comuneros, con la cultura y el ser Nasa al estar en esas instituciones carcelarias tan lejanas de las nociones de justicia restaurativa de los pueblos indígenas, de sus ideas de remedio y armonización, en lugar de castigo.

–Pues yo no sé, ni entiendo. “Sanción” dicen gobernadores y comunidad, pero ni yo entiendo qué será sanción. A mí me toca es en cocina, tengo que estar trabajando la cocina, día lunes, día martes, y hay veces pasar día miércoles, jueves y viernes y sábado y domingo. Pero, entre yo, creo que así merma más la sanción.

El homicidio del comunero fue en 2010. Desde el 2016, Ana María, Domingo y el compadre están de regreso en la comunidad con una sanción de 15 años que implica la prohibición del consumo de alcohol, el trabajo comunitario y, en el caso de Ana María y Domingo, la prohibición rotunda de ejercer la medicina tradicional y el trabajo espiritual.

–Él (Domingo) es bien. Hay veces peleamos, todas las parejas no viven como santicos, por nada se reniega hay veces, pero eso no más. Él es muy trabajador. La psicóloga sí me aconsejaba que (me) separara porque después él otra vez vuelve a hacer mal y entonces usted vuelve a caer en la cárcel, decía, pero yo le juré ante Dios diciéndole hasta que la muerte separe, entonces yo no puedo, pensándolo bien yo no puedo.

En la tiznada cocina del cabildo, junto a las enormes pailas de hierro, dos mujeres ponen una gran olla profunda sobre el fuego de la hoguera. Ana María se inclina sobre la olla, revuelve la sopa de maíz y al atizar el fuego su cara se ilumina con la luz roja que emiten los leños.

La vida sobre la tierra, según los Nasa se trata del frágil equilibrio entre los seres que la conforman, que la habitan: entre los de aquí, los de más arriba y los de abajo. El equilibrio se quiebra si no se cumplen con los rituales y pagamentos, el accidente deviene, la salud de los individuos se quebranta y llega el sufrimiento. El equilibrio se quiebra porque se rompen las normas ancestrales, la fuerza de los espíritus se usa para beneficio de una causa oscura o se arrebata la vida del hermano y, entonces, se rompe la red que los mantiene juntos. El equilibrio se quiebra porque llegan las armas, arriba la guerra ajena.

Para restablecer el equilibrio, el orden de la naturaleza, se aplica “remedio”. En ocasiones se trata del poder de las plantas sagradas y de la fuerza canalizada por el médico tradicional para que el cuerpo sane, cazar las candelillas y hacer los rituales de armonización; otras veces es el fuete, el cepo, el patio prestado, la sanción.

Si todo va bien, si se ha armonizado con las plantas sagradas y la fuerza y sabiduría de los mayores y el médico tradicional, si se han celebrado los grandes rituales, y los mas pequeños, llega el veranito, y después, un buen día, el cielo se rompe y derrama sus aguas. Las plantas crecen, los animales engordan y se hacen fuertes. La familia está unida, el cuerpo es fibroso para andar la montaña, y la comunidad fortalecida resiste y crece. Si se deja descansar la tierra, si no se saca todo lo que en sus entrañas guarda, si no se cazan más animales de los que se necesitan para comer, si los comuneros se ayudan con la minga *, el mundo está en equilibrio. Si se han curado a los violentos que hacen la guerra, las señas son buenas y los dioses tutelares muestran su agrado.

Minga, tradición de varios pueblos originarios de América que implica el trabajo comunitario y colaborativo. En Colombia, además suele tener un sentido político y organizativo para la reivindicación de los derechos de los pueblos indígenas.